Sé que aún tengo mucho que aprender del fuego y sus pavesas,

de los océanos y sus lluvias,

de los montes y sus hojarascas,

pero del deseo he aprendido que olvidado por el tiempo llega en silencio la complacencia.

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A menudo quedo con mi pareja en la Estación del Norte (Príncipe Pío) para pasear junto al rio. En algunas ocasiones bajamos al Puente del rey y caminamos en dirección al Puente de Segovia (y más allá). Otras, seguimos el paseo de la Florida hasta la ermita de san Antonio y ahí tomamos la calle de Aniceto Marinas junto al rio hasta llegar al Puente de los Franceses.

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Desde mis ventanas

que lloran como grietas enraizadas

veo pasar a diario los olvidos

desparramados por el viento

y los trenes a deshora.

Unos paran, otros no,

y me saludan con un quejido somnoliento.

Desde mis ventanas

con los cristales rotos como la noche

alcanzo las luces aún prendidas de la fábrica.

Puedo oler el fragor de los camiones

cargados de tomates

mientras los cielos se cubren de vértigos,

de higueras y reproches.

Desde mis ventanas

hasta puedo divisar la techumbre

y las blasfemias desarticuladas

de la colonia arrebolada y abierta.

El sangrar de las manos inocentes

que canalizaron las lluvias

y el balar sesgado de las ovejas.

Desde mis ventanas

siento el frío golpear los conos de metal

con desliz y alevosía.

Un crotorar de cigüeñas

en un vuelo trágico

de espinas punzantes

que rayan en la pureza.

Desde mis ventanas

advierto décadas de pasos

que suben las escaleras de madera,

que bajan los cansancios del olvido.

Que remangan las perneras

en una danza de desgarros

ya para siempre incomprendidos.

Desde mis ventanas

tiemblo de dolor y desesperanza,

se carcomen las maderas,

se resquebrajan los recuerdos,

se oxidan los restos de maquinaria,

mis lágrimas enmohecen la fachada,

mientras un asno hociquea los cimientos.

                                       g.bruno 2024

Hoy mi canto es triste

entre abanicos festivos

de día tan señalado.

Hoy mi vientre es triste

como aullido de madre

a la que su destino arrebataron.

Hoy mi forja es triste

más allá del sendero

que une mis otras lunas con el metro.

Hoy mi llanto es triste

como fuego que se hunde

en un fango desértico.

Hoy mi palabra es triste

como arañas que hienden sus hilos

en el destierro del ocaso.

Hoy mi saliva es triste

como el sabor amargo

de lágrimas volcánicas.

Hoy mi futuro es triste

porque no hay paz que sosiegue

los arañazos de mi jaula.

Hoy mi fuerza es triste

y no hay elegía mayor

que la reduzca a escarcha.

Hoy mi soledad es triste

perdida en un arrebato

de silenciosa incontinencia.

Hoy mi grito es triste

como un dolor en estampida

atropellando los esquejes.

Hoy mi silencio es triste

entre conflictos omitidos

y feroces sonrisas embargadas.

Hoy mi camino es triste

con una llaga en la garganta

de simiente malograda.

Hoy mi canto es triste.

            g.bruno 30 de enero de 2024.

Esta madrugada (23 de enero de 2024) he vuelto a tener uno de mis reiterativos sueños en los que termino sintiéndome perdido. Y sospecho que en este caso está de alguna forma relacionado con una conversación que tuve anoche con un amigo con el que quedé a cenar, estuvimos rememorando cuando salí casi huyendo del pueblo sin rumbo fijo porque tenía necesidad de encontrarme y comprenderme a mí mismo. En el sueño estoy en la cama con Hilario y oímos que me llaman desde la calle, desde la cama podemos ver la puerta abierta de la calle con varias personas esperando mi respuesta. Podría tratarse del piso bajo que tuve en la calle Tesoro. Recuerdo que tuve dificultades para tirar de mi vieja bata de cuadros “príncipe de gales” rojos, con la que iba a cubrirme para salir. No comprendía si era porque él está acostado pillándola o si es que de hecho él no podía moverse para liberarla, el caso es que parecía tener una larga cola como un vestido de novia o de sevillana. Estoy nervioso porque veo a las personas en la puerta y temo que podrían entrar y verme aún desnudo. Terminé decidiendo salir directamente con el albornoz que curiosamente llevo ya puesto. Al salir se dirige a mí una persona con cierta autoridad que podría ser administradora de fincas, me dice que debo desalojar la vivienda porque se van a realizar obras y me ofrece como alternativa un alojamiento temporal en uno de los edificios de la zona. En ese momento miro a mi alrededor y descubro que estamos en un espacio abierto como una pequeña plaza rodeada de grandes edificios de muchas plantas.  Actualmente en casa de mi hermana estén realizando obras que obligan a su familia a utilizar el baño de un vecino, pero yo asocio esta situación a una etapa de mi vida con Manolo en la que también tuvimos obras que nos obligaron a desplazarnos a un piso que tenía en una zona nueva de la ciudad, Puerta de Hierro, con características parecidas a las del lugar que estaba viendo en el sueño.  Me pide que le acompañe para mostrármelo. En ese espacio- tiempo yo ya estoy completamente vestido. Entramos en un gran centro comercial tipo “Príncipe Pío” y me señala la hilera de luces anaranjadas del techo indicándome que siguiendo esas luces se llega sin pérdida al alojamiento. Me pregunta si tengo mucho equipaje, y en ese momento me doy cuenta de que no le he contado que estoy con otra persona, se le aclaro y le digo que en principio hemos venido con una sola maleta pequeña cada uno, pero que hemos estado haciendo compras y llevaremos muchas cosas en bolsas. Por esta declaración se deduce que no estábamos en mi casa de la calle Tesoro ni en Madrid, sino que estamos haciendo turismo. Me ofrece la posibilidad de guardar parte de nuestros enseres en unos expositores con llave que hay en el centro comercial donde se muestran bolsos. Me hace la demostración de cómo puedo abrir uno de los expositores y mete varios paquetes en él, desplazando los bolsos hacia un extremo. Continuamos caminando hasta el final del centro comercial y salimos por una puerta trasera que da a un espacio muy deteriorado, casi ruinoso, me recuerda una de las pequeñas plazas de la medina de Chaouen que he visitado recientemente. Para entrar en la vivienda hay que subir un escalón muy alto que me recuerda el escalón que tenía la casa de mis padres en Montijo antes de hacer la última reforma. Me cuesta subir el escalón y mientras camino tras la persona que me guía empiezo a reflexionar  que está intentando cambiarme mi casa con un lugar inhóspito y que no estoy dispuesto a aceptar esta opción. En ese momento me despierto.  

Hoy he vuelto a tener uno de esos pocos sueños que curiosamente puedo recordar, si no con lujo de detalles, sí al menos con los suficientes como para hilar una narración descriptiva.

Lo primero que recuerdo es ir caminando por un desierto, me acompañan mi hermana Inés y un hombre que supuestamente conozco, pero al que no pongo rostro ni nombre. Es una inmensa llanura de arena, no hay dunas ni montañas en el horizonte y la capa de arena es fina por lo que se camina muy bien, no hace calor aunque el día está soleado. Recuerdo haberme agachado para tocar la arena porque precisamente me extrañaba que no nos hundiéramos al caminar sobre la arena del desierto. No parecemos estar cansados pero yo siento algo de angustia porque me siento perdido, en muchos de mis sueños tengo esa sensación de estar perdido caminando por un espacio desconocido y sin poder llegar al destino. En este caso es que ni siquiera sabía cuál era nuestro destino. En cambio Inés y el hombre caminan confiadamente seguros de hacia dónde nos dirigimos. Procuramos ir siempre en línea recta, pero al no tener referencias visuales yo no estoy seguro de no estar haciéndolo círculos, seguramente influenciado por algunos casos de película. Encontramos a una persona tumbada en la arena, está muerta, con la ropa desgarrada, me recuerda a los típicos personajes de literatura o cinematografía que han perecido atravesando el desierto por agotamiento, falta de agua y exceso de calor. Me percato de que nosotros no llevamos agua, o al menos yo no llevo, pero de momento no la necesito, yo nunca suelo llevar agua cuando he salido a hacer senderismo o caminatas y en general bebo poca agua a lo largo del día. Inés me dice que lo que le ha pasado es que no llevaría mapa, no se puede pretender caminar por el desierto sin un buen mapa. Yo no llevo mapa pero supongo que ella sí lo lleva, sin embargo no se lo he visto, le pregunto si ha mirado bien el mapa, porque sigo sin estar seguro de estar caminando en el buen sentido, no me responde y seguimos caminando. Sé hacemos varios comentarios más en el camino pero no recuerdo de qué hablamos. Había empezado a pensar en el agua y de repente llegamos a un acantilado, al asomarnos vemos el mar con su oleaje. Entiendo que habíamos llegado a nuestro destino, al parecer era esto lo que íbamos buscando, sabíamos que caminando por el desierto en línea recta llegaríamos al mar. Siguiendo la línea del acantilado vemos que pocos metros más adelante hay una bajada que lleva hasta el agua y hay más personas caminando por ese lugar.

Despierto, o creo despertar, en una habitación donde está Inés y alguien más que podría ser Ling, pero no la identifico como su casa, es posible que sea el dormitorio de un hotel. Están haciendo la cama y me está contando que esa noche ha soñado que estaba caminando por el desierto. Yo asombrado le digo que hemos compartido el mismo sueño en el que estábamos juntos, pero ella me dice que no, que en su sueño no aparecía yo, se metió dentro de la cama. Este aspecto onírico también es recurrente, me pasa con cierta frecuencia que estoy soñando en un espacio y tiempo desconocido y de repente creo despertar ubicándome en otro espacio y tiempo diferentes, pero en realidad sigo dormido. Y encadeno los sueños. Es como cuando vemos que dentro de un cuadro hay otro cuadro pintado, por ejemplo dentro de Las Meninas podemos descubrir varios cuadros colgados en las paredes de la estancia. O cuando en una película vemos que los protagonistas entran en el cine y vemos en la pantalla parte de otra película. El cine dentro del cine, el cuadro dentro del cuadro, el sueño dentro del sueño. O la vida dentro de la vida. Miro el reloj, veo que son las 7 y 20 y les digo que tengo que marcharme porque a las 8 tengo que estar en un lugar, no estoy seguro si me estaba refiriendo al colegio. Cojo una mesa de lucha de brazos, pero es una mesa muy pequeña y muy ligera, se lleva muy bien. Es una ciudad que creo conocer, sé, o creo saber, que caminado por esa calle hay que pasar el barrio de viviendas de donde he salido, después hay un terreno verde no edificado y tras él empieza a haber nuevos bloques. Y en uno de esos bloques debería estar la cafetería que ando buscando porque supuestamente ya he estado allí anteriormente. Otro elemento onírico recurrente es que a veces suelo soñar con espacios o recorridos que ya he soñado anteriormente, por lo que me son supuestamente familiares. Pero tras pasar varios bloques sin encontrarla pienso que tal vez me haya equivocado y que tendría que haber caminado hacia el sentido opuesto hacia el otro lado del barrio inicial. Una vez más aparece el tema de la desorientación que me desasosiega. A partir de aquí ya no estoy seguro de reconocer la ciudad por la que estoy caminado. Vuelvo sobre mis pasos y descubro que en un espacio arquitectónico como un patio común que da acceso a varios bloques de pisos hay un pequeño bar, decido que no tengo tiempo para seguir buscando así que desayunaré ahí mismo. Al acercarme a la barra veo que hay clientela que está en mesas con elegantes sillones ubicadas por todo el patio que ahora parece ya una gran cafetería. Miro alrededor buscando donde sentarme pero no hay ninguna mesa libre, aunque sí hay movimiento de la clientela. Me acerco a una camarera con intención de pedirle que me asigne una mesa, pero se me adelanta un grupo de cuatro o cinco personas, en ese momento está saliendo otra clientela y la camarera les indica que pueden ocupar su mesa. Yo la miro con cara de desaprobación pero sin decir nada, y ella, interpretando mi gesto, me dice que le perdone, que es verdad que yo estaba antes, que no me preocupe que enseguida me busca una mesa. Pero acto seguido veo que se está preparando para marcharse y le deja el recado a otra camarera que no me hace mucho caso. Finalmente decido sentarme en un taburete de los de la barra dejando la mesa de lucha de brazos apoyada sobre el murete de la misma. A mi lado se sienta mi amiga Lola, aunque hasta ahora no la había visto actuamos como si en realidad hubiéramos estado juntos todo el tiempo. Un camarero le sirve un desayuno que incluye un frutero con peras, creo que una taza de té y un plato con algo de comer que no logro configurar, podrían ser unos huevos fritos. Ella empieza a comer. Supongo que las frutas son comunes por lo que acerco el frutero para coger una pera y en ese momento el camarero me lo retira y me dice que eso es sólo para la otra clienta, que ahora me ponen mi desayuno. Entiendo que el camarero no se ha percatado de que Lola y yo nos conocemos. A todo esto ni ella ni yo hemos pedido, solo nos hemos sentado y han empezado a servirnos sin preguntarnos. Lola se termina el plato y me dice que  tiene que marcharse ya, se despide y se va. Enseguida el camarero me pone mi desayuno, en una copa muy grande, como de coctelería, me han servido unas verduras que pueden ser espinacas, pero haciendo un copete muy alto, como si fuera un helado. También me sirve un vaso con leche y cacao. No volví a saber de las frutas. Ahora se empieza a arremolinar mucha gente en la barra en torno mío y para estar más tranquilo cojo la copa de espinacas y me voy a una mesa alta con taburete que hay cerca pero separada de la barra. Es una organización que me recuerda a las mesas altas con taburetes que hay en la cafetería del hotel donde me alojo cuando voy a Montijo, separadas, pero muy cerca de la barra. Mientras me lo estoy comiendo reaparece Lola. “¿Pero no te habías ido?”. “Sí, pero me ha llamado un amigo (creo que nombra al amigo pero no lo recuerdo) y me ha dicho que va a venir a recogerme aquí”. Cuando termino de comerme las espinacas me acerco a la barra para coger el vaso de leche con cacao, ya no volví a ver a Lola. El vaso no está, le pregunto a un camarero que parece no saber nada del caso, pero otro cliente le dice que él había visto como el otro camarero lo había retirado y lo había vertido en el lavabo, lo nombra pero no recuerdo el nombre y señala al que está al otro lado de la barra, que es quien en principio me había atendido, el mismo que me había retirado el frutero, entiendo que habría creído que yo ya me había marchado. El nuevo camarero me acerca un vaso y me da una jarra de leche para que me la sirva yo mismo, pero al empezar a verterla la veo con color marrón y temo que sea café, le pregunto al camarero y me dice que es cacao ya preparado. Me sirvo el vaso y me lo bebo, está bastante caliente pero a sorbos me lo tomo con prisas porque se me ha hecho muy tarde, en mi reloj ya son más de las 8. El tiempo también me suele obsesionar en los sueños, a menudo me angustio porque  llego tarde a algún lugar, o porque no sé qué hora es; creo que esto me ocurre desde que un día perdí tanto la noción del tiempo que no sabía en qué día de la semana me había levantado y llegué tarde al colegio. Le pido al camarero la cuenta y me pregunta que cuándo me había alojado, descubro ahora que esta cafetería se ubica en el vestíbulo de un hotel. Le respondo que no estoy alojado, que solo había entrado a desayunar, parece extrañarse como si eso no estuviese permitido o fuera infrecuente, pero me dice que son 1, 20. Le pago y voy a recoger la mesa de lucha de brazos. Al levantarla se desprende una silla plegable que llevaba adosada y otro cliente me dice que se ha roto, que habría que arreglarla para poder llevarla mejor. Evidentemente las mesas de lucha de brazos no tienen ninguna silla adosada, y además la silla es de hierro como las de los colegios, aunque muy pequeña como si fuera de una escuela infantil, no sé cómo se puede plegar una silla como esa. Pero curiosamente esos detalles no parecen extrañarme. El hombre manipula la mesa hasta que se puede portar sin problemas. Y empiezo a salir del local.

En este punto me despierto. Y no son las 8, son sólo las 6:45, pero decido levantarme y tomar algunos apuntes antes de que se me olviden para poder desarrollar esta narración. Desde el punto de vista psicoanalítico analizando estos recuerdos se podrán descubrir muchos aspectos de mis miedos, mis deseos y mis obsesiones. Y aunque dudo del interés general que pueda tener voy a publicarlo como una forma más de desnudarme ante quien quiera mirar (ya sé que suena muy a exhibicionismo).

Última obra plástica del año.

En el último verano leí un par de libros sobre Remedios Varo. El primero fue «El tejido de los sueños», que recoge la obra escrita por Varo, recopilada por Isabel Custells quien en la introducción nos hace un completo repaso biográfico de la pintora y su entorno. Y el segundo «La pintora pelirroja vuelve a París» de Ara de Haro, una novela biográfica de los años que Varo pasó en París.

He elaborado este objeto- escultura- assemblage inspirándome en algunos de sus personajes surrealistas. Personajes que a su vez también eran assemblages, en parte humanos, en parte animales o incluso vegetales y en parte objetuales, siempre estilizados, inquietantes, enigmáticos y a la vez líricos y humorísticos, y a menudo ubicados en arquitecturas lineales, muy verticales y sobrias. He utilizado tres elementos que representan lo viviente no humano (corcho), lo inerte mineral (hierro) y lo humano- artificial (plástico). La altura desde la base del corcho hasta el borde del cepillo «pelirrojo» es de 52 centímetros. Evidentemente este elemento «pelirrojo» es una referencia al icónico cabello de Varo. El «cuerpo- arquitectura» evoca al París de los años de la vanguardia, aunque ahora, también podemos encontrar esta arquitectura en las calles de Madrid. Ese es el reto: intentad encontrar esta construcción paseando por Madrid, aún nos queda una semana de vacaciones. Feliz Año (aunque sigan abiertas tantas guerras y continúen los bombardeos a objetivos civiles, incluyendo los bombardeos a los derechos LGTBIQ en nuestro país).

He visto escrita tu palabra en un banco de luz, en medio de un sueño de penumbras y helechos refractarios, había salido a dar un paseo por los alrededores de una historia de escombros y disposiciones legales.

No hay tiempo para comprender los arañazos ni para describir los sueños provocados por la ineptitud de los abrazos dados a destiempo. El hecho es que estoy solo, enjaulado en un plató de sombras, viendo pasar los propósitos para el nuevo año en un cinematógrafo. ¡Qué vientos aquellos que amainaban cuando las voces  prisioneras pedían agua!

En las redes sociales cada vez leo más sentencias que terminan sentenciando que nuestras realidades no existen. Da la impresión de que se han quedado confinadas en sus mismos bucles, en sus mismos deseos platónicos.

He encontrado tu palabra reflejada en un espejo distorsionante y, torpe de mí, no he sabido descifrar el mensaje de mimbres que nos atan a las piras de las inquisiciones anteriores. Torpe de mí, no he cubierto mi rostro ante los pedazos de infancia esparcidos por la metralla. Torpe de mí, me he puesto la falda de la vejez mientras se ensangrentaban las monteras. Y de nuevo mi invierno ha sido torpe, torpe de mí, torpedeado.

Sé que al final todo quedará en un mar de irreflexiones inexpresadas que no sabré resumir, porque la locura no se puede contemplar desde los cerrados balcones que increpábamos en aquellas manifestaciones de inconformismos aún no deconstruidos.

Creíamos que todo estaba cambiando, pero de los capullos volvieron a salir nuevas larvas a las que el olvido había mutilado las alas. Los eclécticos charcos se llenaron de pies descalzos que no forjaron huellas. Y caímos embaucados en las redes donde volvimos a constatar que nunca habíamos existido.

He malgastado tu palabra y ahora ya no encuentro la senda para recuperarla.

Que mi camino se cubre de palabras mal escritas,
malsonantes,
para despejar los dardos de una diana escanciadora,
mientras me arranco los botones de la bragueta
para enamorar a un hombre nuevo.
O a un canto rodado, como cantó aquel león.
Que mi oscuridad brama conjuros de alabastro,
perdida y sin alas en medio de un laberinto,
sin más salidas que el hambre de conocimiento
y el deseo de acariciar un pecho ceniciento
para generar otras identidades.
¿No fue eso mismo lo que hizo vuestro dios
con aquella primera humanidad?
Que, en definitiva, ninguna violencia abriga
contra el frío del invierno,
pero ninguna paz se crea de la nada
si no hay una infinita concentración de energía
que rompa los silencios.
Y el sistema.
O al menos los invierta sin intereses.